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24/5/10

El Acompañante


Intensos relámpagos iluminaban el perfilado contorno del pequeño avión mientras surcaba, cual rabiosa saeta, el tormentoso firmamento nocturno. En ese instante el piloto apagó el motor, el cual se retrajo e introdujo en el fuselaje. Así, el delgado pájaro blanco de alas interminables se convirtió en un ingrávido planeador apto para deslizarse sin ruido ni esfuerzo y capaz, por tanto, de proveer a su piloto una sensación de paz inenarrable. Pero hoy era justamente lo contrario a la placidez lo que caracterizaba al momento que vivía la pequeña aeronave, sometida a tan intensa furia elemental. Sin embargo, el hombre no sentía miedo alguno pues su tempestad interna, espiritual, era quizá superior a la de la naturaleza. Y si bien casi nunca volaba de noche ni lo hacía bajo condiciones meteorológicas adversas, esta noche había decidido despegar su sofisticado y pequeño avión en plena tormenta (bajo condiciones que, más que desaconsejables, eran prácticamente suicidas), con cabal conciencia del riesgo que ello entrañaba. Pero no sabía muy bien por qué volaba: dolor, enojo, un rapto de locura, una búsqueda de respuestas, un mero impulso suicida o una mezcla de todo ello.

Hacía tiempo que los deportes extremos constituían una de las pocas actividades que parecían dar placer y color a la vida de este hombre, gerente principal de la casa central de una importante empresa multinacional, un hombre poderoso, inteligente y refinado que llevaba una vida materialista y gris en lo humano. Pero esta vez no lo había sentado a la cabina de su aeronave una búsqueda de adrenalina, placer y belleza, sino el furibundo impulso que experimentó luego de que la voz en el teléfono le informara la devastadora noticia de que su mejor amigo, que también era su empleado en la empresa, se había arrojado al vacío desde el edificio de ésta. La estadística, tantas veces frío refugio de impunidad, declaraba que la tasa de suicidios entre los empleados de las sucursales de los distintos puntos del globo había aumentado sensiblemente ante los despidos y reubicaciones de personal debidos a la crisis financiera global. Pero esta vez, ello no importaba. ¿Qué importaba hoy que él en un principio se hubiera opuesto fuertemente a darle la orden de traslado al extranjero si al final había terminado cediendo ante el mandato recibido por el Directorio de “él o tú”? ¿Qué importaba que jamás hubiera imaginado que su decisión promovería un desenlace tan terrible para su amigo?

Por largos instantes el planeador debió sortear el frente de tormenta bajo considerable turbulencia y baja visibilidad, por lo cual el piloto no se percató del hecho de que se estaba aproximando peligrosamente a una formación nubosa muy peculiar que se extendía a poca distancia más adelante. Densas nubes de enorme desarrollo vertical (elevándose por algunos kilómetros) se le aparecieron entonces repentinamente. Sabedor del enorme peligro de enfrentarlas, el piloto intentó evadirlas, pero el ancho de la formación nubosa y su proximidad hicieron estéril su maniobra. De tal modo, consciente de lo que le esperaba de acuerdo a relatos y fábulas comunes entre los pilotos, el hombre se dispuso a ser devorado por las enormes fauces de ese titánico monstruo natural. Y ahora sí, por un instante, sintió miedo. Pero ¿qué valor tenía su vida ahora? Preso del dolor, quería morir. O más bien, deseaba no haber nacido (sentía que el mundo hubiera sido un lugar mejor sin su presencia). -¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué vivir sin un sentido, sin un motor verdadero, lastimándose vanamente como un planeador en la tormenta? -gritaba febrilmente mientras se adentraba en la voraz espesura. Pues su vuelo había sido también un modo de preguntar. Y, si había alguien en las alturas, esperaba su respuesta. Mientras tanto, la aeronave, que viraba y saltaba enloquecida, era ya completamente inmanejable aún con el motor encendido. Entonces, tremendas fuerzas arrancaron sus alas como si se tratara de un frágil insecto. Luego de ser llevado caprichosamente en las más disímiles direcciones y habiéndose adentrado al corazón del monstruo meteorológico, el maltrecho aparato se vio elevado a una enorme altitud, pasando primero por zonas de lluvia y granizo.

Estaba a punto de perder el conocimiento a causa del frío extremo y la escasez de oxigeno cuando la brutal corriente terminó por sacarlo abruptamente del cúmulo con lo que quedaba de su destrozado avión. Inmediatamente fuera del infierno y en la efímera pero aparentemente eterna quietud del punto de máximo ascenso de su involuntaria trayectoria, justo antes de la inexorable caída, los ojos entreabiertos del hombre se enfrentaron de golpe con una visión de suprema belleza: la del sublime firmamento nocturno, límpido y salpicado de estrellas de plata. Ante tal paz celestial, su mente pareció clarificarse y lo retrotrajo a los tan olvidados días de su niñez, cuando contemplaba las estrellas extasiado, maravillado. Cuando en una profunda humildad ante la inconmensurabilidad del cosmos, era imposible quitar sus ojos de dicha visión y resistirse a la cautivante sensación de amor que lo embargaba. -¡Qué lejos estoy de ese niño que alguna vez fuí, de ese niño tan maravilloso que amaba al mundo a cada paso! ¿Cómo pude olvidarme de él? ¡Qué distinto hubiera sido todo si no lo hubiera hecho! -pensó con enorme intensidad y lágrimas en los ojos, para agregar, paladeando el escaso aire que encontraba mientras, a la espera de la muerte, sus ojos se cerraban por el desvanecimiento:- ¡Con toda mi alma desearía no haberlo perdido por el camino!

Recobrando la conciencia, sus ojos se abrieron ahora pausadamente para, con calmo asombro, descubrir que yacía sobre un verde, pacífico y solitario prado. Sólo había una persona, quien estaba a su lado: un hombre mayor vestido simplemente con una larga túnica blanca, que lo observaba. El hombre tenía una apariencia bastante común, pero había algo extraño en él. Imperceptiblemente a la vista, pero de un modo contundente al alma, su figura irradiaba paz y belleza. Había cierto dejo de perfección en sus gestos, en sus movimientos, que le confería un evidente matiz sobrenatural, celestial.
-¿Dónde estoy? ¿He muerto? ¿Es esto el Cielo? Pues si es así, no creo merecerlo -inquirió él.
-Demasiadas preguntas. Y a las que no estoy autorizado a responder completamente por ahora -contestó el otro-. Fue tu último deseo antes de morir, ese deseo de tamaña intensidad, el que me trajo a tu lado -agregó.
-Pero, ¿quién, o qué, eres tu? -volvió a inquirir atónito.
-Otra pregunta que no me es dable contestar en su totalidad. Aquí, como siempre en realidad, eres tú mismo quien debe encontrar las respuestas -respondió el otro sonriendo para agregar: - digamos que como tú, a quien le gustan los deportes extremos, yo también soy practicante de una actividad extrema, la mas extremas de todas. Contemplar. Practico el arte de ver.

El hombre no pudo disimular una leve sonrisa: -¿El arte de ver? Nunca lo encontré listado entre los deportes extremos. Convengamos que no parece tan arriesgado que digamos. Pero explícame por favor algo más, es obvio que tú no eres como yo.
-Estas muy equivocado. Pero mira, en realidad, no hay mucha diferencia entre nosotros a nivel espiritual, en nuestra mentalidad -le contestó el otro también esbozando una sonrisa-. Es sólo que yo vivo consciente a cada instante de la belleza del mundo, de su cualidad suprema: su inconmensurabilidad. De hecho, casi todos en ciertos instantes se parecen a mi. Casi todos alcanzan a rozar con más o menos frecuencia, más o menos profundamente, la noción de la inconmensurabilidad. Incluso hay muchos santos y sabios sobre la tierra que comparten mucho conmigo. La diferencia es que yo vivo continuamente en dicha consciencia, la cual permite realmente “ver”.
-Bueno, pero ¿qué pasará conmigo ahora? -preguntó el hombre.
-Tú ya no perteneces a tu antigua vida, a tu antiguo mundo. No puedo darte muchos datos, sólo que si lo decides, puedes cumplir mi misma misión. Tampoco puedo decirte mucho acerca de la misma, sólo que es quizá la más bella tarea, una tarea de enorme importancia para otros, pero difícil y sacrificada.
Yo te acompañaría en tal caso para ayudarte a convertirte en digno de tan bella empresa y para que finalmente pudieras llevarla a cabo.

El asintió inmediatamente, sin siquiera preguntar por las alternativas. En particular, le atrajo la posibilidad de ayudar a otros; ya había sido demasiado tiempo de egoísmo en su vida.
-Pero, no me has dicho aún quién eres. Dime al menos como dirigirme a ti -inquirió el hombre.
-Bien, ya que voy a ir contigo, puedes llamarme “Acompañante” -replicó el otro para agregar:- Bueno, ahora comenzaremos entonces con lo que llamo “visitas”: Observaremos, presentes en el lugar como seres inmateriales, algunos momentos ligados a tu materialmente exitosa vida actual y pasada. Su función es que medites acerca del camino tomado en tu vida terrenal para poder redimirte y renovar tu alma. Pero luego de cada una de esas “visitas”, deberás volver al prado para pasar algunos segundos, minutos, horas o días (ello depende de ti) contemplando aquél pequeño trébol que está a tu izquierda. Ya te he dicho que la actividad extrema que practico es la de contemplar. Y contemplar ese trébol será, en rigor, tu actividad fundamental por ahora. Ella te dirá si estás preparado, pues no alcanza sólo con las visitas. Solamente gastando, aniquilando tus pupilas en sus verdes hojas, sabrás si logras ser apto. Es más, ni bien logres percibir la suprema inconmensurabilidad de ese trébol, las visitas ya no serán necesarias.

Así, en primer término, juntos volvieron a la tierra para observar una escena de la niñez del ejecutivo, uno de aquellos gloriosos instantes cuando éste contemplaba extasiado el firmamento nocturno. Ante la inmensa ternura del niño que alguna vez fue, el ejecutivo sintió ahora una inenarrable sensación de amor por él y una nostalgia dulce y dolorosa. El niño pasado fué entonces para él un ser de gran belleza, un ser que despertaba en su alma lo mejor de sí. –Ya debemos regresar –le dijo el Acompañante, para instantáneamente reaparecer en el verde prado. La sensación con el niño fue tan bella y movilizadora que el hombre hubiera querido retenerla, infructuosamente como se retiene el agua entre los dedos. En cambio, la vuelta al prado con el trébol no fue muy productiva.

Ojalá alguna vez logremos que nunca mueran los niños. Que en los hombres por siempre perdure el niño que fueron. ¡Tan distinto sería así el mundo terrenal! Pero, como te dije, cada vez es más difícil. Tú mismo fuiste niño por mucho tiempo, un niño muy inteligente, un niño increíble, maravilloso. Un niño que, como casi nadie, prometía conservar por siempre su candor. Pero luego, tu inteligencia sólo buscó el éxito y olvidó la sabiduría. Tu, aún cuando me convocaste aquél último instante en el planeador por un intenso pensamiento similar al de recién, hacía varias décadas que me habías olvidado.

5 comentarios:

  1. Carlos: Muy interesante el link de vuelo a vela.
    Respecto al post, no te estremezcas, es un cuento ...

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  2. Interesante cuento.
    Me sorprendes cada vez que entro aquí

    Besos

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  3. Alís: Si sigues entrando te seguirás sorprendiendo con los cuentos olvidados que tenía escritos (algunos con colaboraciones de una amiga),cuando tenía uso de razón. ;-)

    Besos

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  4. Pues me seguiré sorprendiendo, porque no dudarás de que seguiré entrando ¿verdad?
    Besos

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