Blancanieves estaba deprimida y frustrada.
Su vida de casada transcurría en la rutina y el desencanto.
El Príncipe hacía tiempo que había cambiado y ya no la atendía como antes.
El poco tiempo que pasaba en palacio se tumbaba en el sofá real para dormitar, leer el periódico o ver la tele... había engordado demasiado.
Ya ni siquiera iban a visitar a los enanitos de vez en cuando, como lo hacían antes.
La última vez tuvo que ir sola y el enanito Gruñón aprovechó para hacerle insinuaciones amorosas. Hacía semanas que el Príncipe no la tocaba. Algo raro estaba pasando y ella no se iba a quedar de brazos cruzados.
La culpa no podía ser suya, puesto que hacía lo imposible por seguir siendo tan atractiva como antes. Además, era la perfecta ama de casa. Sabía mejor que nadie conducir a los sirvientes para que realizaran sus tareas con la máxima eficacia posible.
Creía que el Príncipe se había cansado de ella y había encontrado alguna cortesana generosa, o peor aún, había contraído una enfermedad rara en alguna alcoba, lo cual explicaría
muchas cosas.
Entonces Blancanieves ideó un plan. Se dirigió a la cocina y les comunicó a sus sirvientes que quería preparar ella misma la cena de esa noche.
Los sirvientes se miraron asustados, pero no dijeron nada.
Una vez hubo acabado el postre, tras desistir de preparar los platos fuertes al no tener tiempo suficiente, le pidió a la cocinera que lo probara y le diera su opinión sobre el resultado.
La cocinera no tuvo necesidad de mentir, ya que el médico de la ambulancia que vino por ella, le diagnosticó una intoxicación muy grave.
Blancanieves se enfadó y encargó comida al restaurante chino del pueblo.
........
Luego fué a su habitación, y se puso el camisón sexy color rosa que le habían regalado los enanitos durante su estancia en su hogar.
El Príncipe tardó en llegar más de lo habitual. Blancanieves lo recibió con una sonrisa. Previamente y para evitar distracciones había escondido el mando de la tele.
El Príncipe engulló la comida sin hacerle el más mínimo caso, lo que dejó a
Blancanieves perpleja.
Así que decidió pasar a la acción y se levantó de su silla, acercándose a su esposo poco a poco, haciéndole unas caricias y susurrándole al oído que quería pasar directamente al dormitorio.
El Príncipe se negó, alegando que tenía una fuerte jaqueca y que deberían dejarlo para otro día.
Eso ya era demasiado. Esa excusa la había inventado ella y ahora él la estaba usando
en su contra.
Esto fué lo último que ella soportó. Se levantó. Le arrojó el plato por la cabeza y
lo mandó a la mierda..
Al otro día se fué del palacio para siempre. Y se fué a vivir con el enano Gruñón...