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30/4/10

Un Café




Al fin se estaba acercando el día. Uno de mis sueños comenzaba a tener forma propia. Mi euforia había sido tal que todos los que me rodeaban debieron escuchar una y otra vez que al fin viajaría a otro país para dar a conocer mis obras. Recibí muchas demostraciones de apoyo. Sin embargo, días después comencé a sentirme muy extraña; era una especie de cansancio alojado en mis párpados, en mis huesos, en mis manos y en mi voz. No entendía cómo podía saltar de alegría hasta el cielo, impulsada por un resorte y al bajar, caer en un abismo depresivo. Busqué explicaciones lógicas para ello y debí conformarme con solo conjeturas: El cansancio del alma.

Todos parecían muy alegres con mis planes. Pero él los resentía. Nunca ha entendido mi pasión por las letras; mucho menos la sensualidad que emana de mis versos. Piensa que no es precisamente él quien transita detrás de mis palabras incandescentes.
Necesitaba sacudirme ese estado de ánimo de algún modo y poco antes de culminar la semana de trabajo, me determiné a luchar contra esas cadenas. Era jueves, y después de mi trabajo en la editorial, debía acudir a un centro educativo donde presentaría unos libros. Me detuve en el camino a tomarme un café con licor de vainilla. Lo disfruté sorbo a sorbo; me concedí unos minutos para liberarme de las presiones. Deseaba concentrarme en ese momento sublime: Sólo mi café y yo en un ritual donde nos fundiríamos en uno solo. Ambos nos dejamos seducir por el aroma y la tibieza de la tarde y en pocos minutos fuimos un enredo de espumas burbujeantes; él se depositó cálido en mis labios; me acarició e inundó la boca con su energía vitalizadora.

Una caricia de vibraciones a mi paladar. De regreso al camino, con las manos del café latiendo vivas en mi cuerpo, sentí un nuevo impulso, dictador del acontecer de las próximas horas. No me percaté del tiempo transcurrido en el último tramo de mi faena; todas aquellas sensaciones de desaliento que se habían apoderado de mí, se fueron desprendiendo poco a poco. Esa tarde, hasta el claxon de los coches, me parecieron melodías en la boca de Michael Bublé.

2 comentarios:

  1. Cómo no se va a resentir, si dedicas esas palabras tan sensuales a un café... y él deseando un verso tuyo...
    (Cuidado con esa pasión: provoca úlcera)
    Besos

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  2. Alís: Me encanta tomar café. He tomado sola, pero mejor es bien acompañada. Primero me excito con el café y después desato la pasión. :-)

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