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22/4/10

El Parque


Era una fría noche de invierno, y por supuesto nevaba en el parque de la ciudad. Una noche agitada que presagiaba tormenta, en la que las copas de los árboles se tambaleaban al viento anunciando lluvia, el aire segaba gargantas, y ni siquiera las roídas bufandas servían de abrigo a los numerosos mendigos, ante la traición de los elementos.

El parque era una pequeña jaula de forma cuadrangular, flanqueada por hileras de arbolillos raquíticos a modo de barrotes subdesarrollados. Una especie de islote modesto y coqueto, rodeado de un bloque de casas, una carretera, una parada de taxis a una manzana, y la iglesia. Había noches como aquella donde todo se conjuraba en contra de los tímpanos de las criaturas del parque; al ruido de las sirenas de las ambulancias había que sumar los coches, pasando a toda velocidad por la carretera, la parada de taxis que se tornaba insufrible cuando la velada se animaba, y los grupos de jóvenes, siempre ruidosos, tintineando con las manos en los bolsillos, hasta lograr reunir el importe exacto que diera para pagarles a todos el viaje de regreso.
De cualquier manera, lo peor había venido con la última remodelación. Habían cubierto el lugar con una estúpida capa de cemento armado y ahora parecía un bosque petrificado de última generación. Hacía ya varios meses que habían construido una glorieta para los conciertos del domingo, con un concierto inaugural que contó con la visita del alcalde y todo el séquito municipal, y desde entonces, ninguna banda había vuelto a hacer acto de presencia. Ahora la pequeña construcción era un refugio nocturno contra la lluvia para borrachos y mendigos.

También habían creado un espacio rectangular de “música interactiva”, en el cual las baldosas actuaban a modo de teclas de piano. Cada loseta era una tecla, y así los niños, al saltar entre ellas, adquirirían jugando una cierta cultura musical. Los interesados, por supuesto se habían hartado del nuevo juego en un par de días y ya nadie pisaba las baldosas lo que provocó que la gente no tardara en denunciar el inútil gasto del ayuntamiento.

Pero de cualquier manera era aquella una noche especial. La gente cruzaba incesantemente por el parque, y parecía como si la ciudad se hubiera puesto de acuerdo para revivirlo. El problema era que no paseaban por el parque sino que pasaban por él. Lo atravesaban como la línea recta para llegar a sus casas, que era el camino más corto para no llegar a ningún sitio. Transitaban llenando de transitoria vida el lugar, aportando cada uno unos segundos de sus propias existencias a la causa común, en una ciudad que se veía más viva de lo normal. Había luz y color por doquier, numerosas bombillas de colores tiritaban de frío desde las copas de los árboles a lo largo de la avenida, y las calles colindantes bullían de emoción, ni el frío ni la amenaza de lluvia lograban disuadir a la masa humana de su propósito de tomar la calle. Era como una revolución social prefabricada, algo así como los “cinco minutos de consumismo”. Era Navidad.

6 comentarios:

  1. Pobre parque, que perdió su razón de ser.
    Aunque no me gusta la Navidad, me gustó este texto. En cada entrada descubro algo nuevo de usted. Y me gustan las sorpresas.
    Un beso

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  2. Alís: A mi también me gustan las sorpresas, pero las agradables. A veces me dan cada sorpresa ! Bss

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  3. "arbolillos raquíticos a modo de barrotes subdesarrollados" Muy tuyo Lucrecia, como borde pero con cariño. También me ha gustado, aunque la navidad....menos en primavera.
    Bsss

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  4. Sin duda que narras bien, y si quieres er Lucrecia Borgia tú misma.Cada una se camufla en lo que quiere.
    me gusta tu blog, un saludo

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  5. Chon: Este es un blog de arte y cultura. Tienes que acostumbrarte al lenguaje esotérico. :-)

    Marcela: Bienvenida ! Siempre seré una Borgia.
    Jaque mate ! Saludos.

    Carlos Fox: Muchas Gracias! Qué bueno es el Strepsils . Ahora sí puedo ir al parque
    de noche ! Besos.

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