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28/6/10

El Asesino



El sol emergía iluminando de a poco el Valle del Miño, que rodeaba el pueblo.
A lo lejos el aullido persistente de los perros rompió con la calma.
Las nubes se tornaron negras de pronto y la neblina llegó de quién sabe dónde
para destruir el sosiego que había reinado en Ourense durante muchos años.

- ¿Éstá muerta?- preguntó lentamente; como si las palabras que arrastraba no
estuvieran llenas de curiosidad.
- Eso parece...-, contestó uno de los policías,
que habían llegado hasta ahí guiados por los gritos.
Movió el cuerpo de la joven con el pié.

...................

La noche cayó en las calles de Ourense acompañada con el sonido de los grillos
y el rumor cercano del río que cruzaba el pueblo. Las casas con sus puertas cerradas parecían albergar pequeños y tranquilos mundos; sin embargo, tras
de esas puertas se fraguaban historias que nada tenían de tranquilas.
- La dueña de la taberna escuchó cuando él le confesaba
al jefe de policía que eran amantes.
- A mi me dijeron que la mató porque estaba celoso de Martín, ya ves que desde
el mes pasado ella empezó a ir bien seguido a su casa,
con la excusa de sus clases de música.

....................

Miró por la pequeña ventana que daba hacia la calle.
Ahí dentro el calor era insoportable y el olor lastimaba los ojos.
Le parecía que la celda se volvía más pequeña y asfixiante
conforme pasaba el tiempo.
- ¡Tú, ven para acá! - dijo el policía.
Aturdido, no se movió ni respondió.
- ¿Qué no estás oyendo ?- gritó el uniformado.
- Yo no la maté - dijo de pronto.
- Entonces, ¿quién fué?
- ¡No sé, ya le dije que no sé!, éramos amigos; pero cuando llegué a la casa ya estaba ahí tirada. Muerta.

El policía le dió la espalda; él se dió cuenta de que ignoraba sus palabras.
Intentó cambiar de actitud con el fin de conseguir un arreglo.
- Disculpe si le he hablado de manera impropia; pero comprenda que mi situación
es desesperante-.
- Pero estoy seguro que esto se arreglará-.
- Soy inocente y no me pueden culpar de algo
que no hice-.
- Cállate, no gastes saliva !-.
- Pero ... ¡tengo derecho a un abogado!-,
la desesperación se apoderaba más de él.
- Puede que mañana venga un abogado del pueblo
a ofrecerte sus servicios, eso sí, si tú lo aceptas.
Se dejó caer en un rincón de la celda, sin importarle el desagradable olor que emanaba del piso.
En su mente todo era confuso, el asesinato, las acusaciones, su amiga a la cual pudo ver la noche anterior cuando ella se dirigía a la casa de Martín.
La mañana lo sorprendió sin dormir. Se sentía cansado y enfermo.

- Buenos días- interrumpió sus pensamientos un joven alto y desgarbado. -
- Soy Manuel Iglesias, vengo a ofrecerle mis servicios; soy abogado.
- Buenos días, sé quién es usted. Me alegra que viniera, ¡creí que ni siquiera me iban a dar la oportunidad de defenderme!
- Entiendo, ¡en este pueblo se hace lo que al alcalde se le da la gana!

No le respondió, se sentía demasiado cansado como para iniciar una plática que en nada ayudaría a su situación.

El abogado pareció entender su silencio porque agregó:
- Dígame, usted que era tan amigo de Susana, ¿Sabe de alguien que quisiera matarla?
- No. - mintió- Susana no tenía problemas con nadie - dijo, mientras imaginaba
a Martín en medio del salón de música, disparándole a quemarropa a su amiga.
- ¿Está seguro?
- Sí-. Mintió de nuevo.

Transcurría el día en el pueblo. La plaza principal se fué vaciando; los perros desaparecieron en los solares baldíos; disputándose a las únicas dos
hembras de la cuadra.
Solo, en mitad de la celda, pensó en Susana; en su sonrisa perfecta y contagiosa;
en sus ojos grandes -; en el perfume que emanaba
de su cuerpo; en la manera en que lo miraba cuando estaba triste.

Ahora, al recordar, aún sentía ese sensación de vacío; esa rabia recorriéndole
el cuerpo, los celos detenidos en sus puños, su voz temblorosa cuando le preguntó:

- Y... ¿estás con alguien ? ¡es decir!, no sé cómo preguntar...
Ella sonrió con tranquilidad, como si entendiera su turbación.
- Aún no, pero creo que le gusto a Martín ...-
- ¿Y tú a él ? -
- Sí. - dijo sonriéndole con complicidad.

Los mismos celos; la misma rabia de aquel día le revolvieron el estómago.
En su mente se arremolinaron de nuevo las imágenes del día anterior:
Martín saliendo de su casa con un arma en la mano; Susana tirada en el piso,
desangrándose; con los mismos ojos de siempre; el mismo perfume de siempre;
sólo que... muerta.

La tarde cayó errante por las calles del pueblo.
Las puertas se fueron cerrando una a una.

....................

- ¡Te lo dije!-.
- Ya confesó que la mató porque eran amantes-.
- Pues claro, ¿cuándo se ha visto que un hombre y una mujer pueden ser amigos?

24/6/10

Cajero Automático


Las puertas se abrieron a su paso y entró al recinto tenuemente iluminado. Una vaga inquietud la invadió, pero la expulsó a un rincón de la conciencia. Estaba protegida, en el ambiente más seguro y confiable de la Tierra.
La mujer abrió el bolso y sacó su tarjeta de plástico.
La introdujo en la ranura y pulsó el número de código personal. El tablero se iluminó con un mensaje que le indicaba error. Se desconcertó levemente y trató de sacar la tarjeta para comenzar de nuevo. No pudo. Se había atascado irremediablemente. Ni entraba del todo ni se la devolvía. Trató de no desesperar. Mejor maña que fuerza, se dijo mientras revolvía su bolso en búsqueda de algún instrumento salvador.
Nada. Todo apagado. Sólo la luz mínima y una suave música que provenía de algún lado, pero la máquina mantenía obstinadamente los dientes apretados.
De pronto un zumbido la tranquilizó. La secuencia comenzaba otra vez. El cajero se iluminó y le pidió que introdujera la tarjeta y el número de código. Es lo que acabo de hacer, se dijo. La máquina continuó requiriéndole el número de código.
Ya lo marqué, dijo, como si pudiera iniciar un diálogo. Se quedó esperando una respuesta y ambas cosas, la descolocaron por lo absurdas. Sin embargo, volvió a tipear los números. El cajero se quedó unos minutos a oscuras. Le pareció una eternidad. De pronto se iluminó y en medio de ruidos le indicó otra vez error.
Incorrecto. Incorrecto.
Sí, ya sé que está todo mal. Con manos temblorosas buscó en la agenda donde tenía anotados los números. Puede ser que me haya equivocado, pensó. Sacó la agenda y con manos temblorosas marcó la clave secreta.
No se había equivocado. Uno se puede equivocar de cama y meterse justo en la que no debe. Pero los códigos bancarios son inexorables. Más secretos que la historia clínica, y tal vez más vitales. Algo malo pasaba. Y necesitaba ese dinero. Ya. Para eso había ido a buscarlo en mitad de la noche. Y si los sistemas son tan seguros y eficaces, ¿por qué no se lo daban?
Empecemos de nuevo. Con tranquilidad. Sí, mi código personal.
Incorrecto. Marque su código de identificación personal, le indicó la máquina. Luego silencio y oscuridad. Miró a su alrededor, un ambiente azulado los cercaba y sintió que le rogaba como nunca lo haría con un amante caprichoso. Entonces hizo el último intento. Si esto no funciona ya mismo llamo y pongo la denuncia porque la tarjeta no la puedo dejar, se dijo. Intentó sacarla con una pinza de depilar, suavemente comenzó a maniobrar, entonces la fina ranura se estiró hambrienta y le tragó la mano.
La extrañeza le hizo olvidar por unos instantes el dolor intenso. Había caído en una emboscada nada sutil. La mano no la veía y el brazo se ponía morado. Hizo lo peor que uno hace en esos casos, por supuesto, comenzó a tironear hasta sacarse sangre. El cajero se iluminó totalmente, el tablero seguía imperioso, demandando el código personal, y la tarjeta, alborozada ante su picardía, parecía sonreír. Otra vez abrió su boca y tomó otro bocado de brazo. Ahora estaba aprisionada hasta el hombro.
Un frío le recorría el cuerpo mientras se iba cayendo lentamente. Con el rabillo del ojo vió como unos chicos que venían seguramente de bailar se sentaban en los escalones de mármol en la puerta del banco. Vió como tomaban una cerveza y alcanzó a oír la música que sonaba en su radio, mientras se iba desmayando.
Con la mano que tenía aprisionada entre los dientes del engranaje alcanzó a palpar la suavidad del dinero. Varios fajos prolijamente clasificados. Fugazmente pensó en lo que podría haber hecho. En la desesperación del enfermo que no le alcanza para un remedio, en el viejo solitario que muere ante la indiferencia de todos. Y en su dinero, el que iba a sacar para pagar los intereses de la deuda para salvar la casa familiar.
Pensó en su madre, en su abuela. En que quizá ya estarían preocupadas. Trató de llamar la atención de los chicos que escuchaban música. Pero los vidrios del banco demasiado gruesos silenciaban su débil voz.
Además, por qué habrían de molestarse en ayudarla, si a ellos nadie los ayudaba.
Había quedado como crucificada. Una crucifixión lateral. Inaudita. Con medio cuerpo tragado por la máquina y el otro cuerpo, el yaciente. Inútil, caído en medio de un charco de sangre.
Una muerte sin destinatario y sin utilidad ninguna. Pensó mientras moría, que una ola gigantesca arrasaba la ciudad y limpiaba la infección que todos los granos bancarios habían diseminado. Las necesidades inexistentes y artificiales y las reales nunca satisfechas. Pensó que no quería irse todavía. Palpó los dientes filosos, los absurdos mecanismos que la tenían prisionera desde hacía demasiado tiempo y que ya estaba bien, que de un lado mejor así. Y cerró los ojos, porque ya no tenía más fuerza, y porque ya no tenía nada más para ver. Ni cuenta se dió cuando el cajero se tragó el resto de su cuerpo.
A las ocho de la mañana el recinto relucía. El piso recién lustrado despedía un agradable olor a flores sintéticas. Los cestos vacíos y pulcros. Los cajeros automáticos rechonchos y satisfechos como honestos ciudadanos, esperaban la llegada de los primeros clientes. Menos uno, que estaba fuera de servicio, seguramente por los malos tratos de manos inexpertas.

A las nueve horas entraba confiado, el primer cliente de la mañana.

* * * * * * * * * *

(in collaboration with Marisa B.)

21/6/10

La Paciente


- Adelante, pase ...
- Gracias, doctor.
- Dígame, ¿porqué viene?
- Sí, desde hace unos días siento una opresión
en el pecho ...
- Bueno, pero eso no es una afección respiratoria !
- No, no ... es como una angustia.
- Una angustia dice?, que más siente?
- Ehh..., creo que no estoy bien.
- Como es eso ?
- Le quiero explicar que no estoy bien de la mente!
- Tranquila, cuénteme...
- Puedo empezar por contarle que no me gusta estar sola, no lo soporto.
- Bueno, a nadie le gusta estar solo ...
- Sí, pero yo haría variadas cosas para evitar la soledad y el rechazo.
- Cómo qué cosas por ejemplo...
- Bueno, como decir cosas que la gente espera escuchar aunque no sean ciertas.
- Profundice un poco mas...
- Por ejemplo, llega un amiga y me pregunta por otra, si yo no la he visto, debiera contestar "no, no he sabido nada de ella", y ahi finalizaría la conversación, pues bien, para evitar que esto suceda, le contesto "sí, sí,la he visto, estaba haciendo tal y cual cosa" y así la conversación continúa ...
- O sea que usted constantemente fantasea e inventa cosas.
- Sí, en parte, de cosas por las que se infieren otras.
- ¿Y con todas sus amigas y en todo momento?
- No, con ciertas personas, con las que recién conozco, para entablar amistad.
- Luego ya no es necesario....
- Y usted cree todo lo que dice ?
- A veces, otras no, porque no recuerdo bien lo que dije antes, y cuando me acuerdo me causa mucha gracia mi facilidad para engañar...
- Eso la satisface ?
- Sí, debiera ser estafadora, sería la mejor, como en ciertas películas !
- Usted vió películas de estafadores ?
- Sí, he visto, pero usted cree que eso es bueno ?. No todos somos tan crédulos.
- No, no sería tan bueno para el resto de las personas, pero para mí sí!
- A propósito... porqué le dije que vine?

* * * * * * * * * *

In collaboration with Marisa B.

17/6/10

En La Librería



Esa tarde recordé que debía pasar por la librería de Silvina a recoger un libro de Historia Griega que le había encargado. En cuanto llegué, me pidió si la podía reemplazar unos veinte minutos, pues debía ir a la Caja a realizar un trámite bancario que había olvidado.

-No te preocupes, me dijo, a esta hora no hay muchos clientes y además está Rosa, la empleada, cualquier problema, la consultas...-
Está bien, le dije, vé tranquila, yo me quedo. (ya lo había hecho otra vez y yo conocía bastante de temas literarios)

Estaba atendiendo la librería, cuando llegó aquél hombre; tenía los ojos desordenados y entrecerrados.

Andaba torpe, con pasos inseguros.
Con su lengua pastosa, evidentemente por los efectos del alcohol, se acercó para preguntarme:

-Querida (esa era yo), tú no tendrás por ahí un libro o manual de
are... ar... areo... aeronáutica?...-

Sí claro que tenía ... mas no pude, no me animé, le dije que no ...

Me miró sin entender, titubeó y se fué, confuso y molesto.

Al rato volvió Silvina, charlamos algunas cosas, me dió el libro, la saludé y me fuí.
Caminé unas cuadras, con la sensación de ser una heroína.

Me preguntaba a mí misma:

¿Cuántas vidas habré salvado ?

14/6/10

La Bolsa


ESTA BOLSA NO ES UN JUGUETE. Mantener lejos del alcance de los niños.
Encontrar esa leyenda en una bolsa de plástico me produjo una alegría infinita. Si aquel objeto no se trataba de un juguete, y ni tan solo era apto para niños, debía tratarse de un objeto adulto. Me trasladaría de mis insulsos cinco años a un nuevo mundo plagado de interesantes conversaciones. Sí. Mil veces sí. Arrugué la bolsa y la introduje en mi bolsillo, para dirigirme a continuación hacia la sala, donde mis padres conversaban animadamente con unos amigos. Los niños buenos callan cuando vienen las visitas. Esperé una mirada distinta en ellos, alguna exclamación, una invitación a charlar... nada, ni repararon en mi. Volví a mi cuarto. Algo fallaba. Quizá la bolsa no debía estar arrugada. La estiré, la llevé en la mano, en los zapatos, en la ropa interior, la dejé encima de la mesa.

De pronto lo ví claro. Mis padres siempre se fijarían en mi cara, para seguir etiquetándome como niño. Para que esto cambiara, debía colocármela en la cabeza.

Y así fué. Sí, dejé inmediatamente de ser un niño. Y mis padres me hicieron más caso del que nunca hubiera soñado.

10/6/10

La Pesadilla


No era una mañana mas, algo me decía que iba a pasar algo pero no sabía qué. Me levanté como todos los días a la misma hora y con el singular ruido de mi despertador. Me siento en mi cama grande, confortable, situada en una amplia habitación cálida e iluminada. Un ventanal que muestra el exterior en forma de cuadro.
Observo con detenimiento esa mancha negra que contrasta la almohada blanca, congelada en el tiempo, a la espera de nada ni nadie.

El siempre en la misma pose, inmerso en un sueño profundo y sin perturbación alguna. Todas las mañanas se despierta una hora mas tarde que yo. Cuando me despierto lo observo unos minutos para llevarme una foto de él y luego me alejo de la habitación, recorro el pasillo y bajo las escaleras con la tranquilidad de que todo está en orden. Voy en busca del desayuno, ese ritual previo al resto del día. Hoy algo sucedería, tenia ese presentimiento desde el momento en que mi cuerpo y mi cama dejaron de ser un solo objeto.

En la planta baja diviso su cartera arriba de la mesada. Estaba abierta como invitándome a ella. No soy de hacer esto pero hoy todo es distinto. Me acerco y con culpa la reviso. Cartas de alguien, una tal Marisa. No era amiga de la familia ni conocida nuestra. Leo con detenimiento mientras me preparaba para lo peor. Palabras y frases como puñales. No podía creer que estaba en presencia de mi engaño, del fin de una relación y del principio de otra. Se hacia cada vez mas difícil sostener ese papel entre mis manos, era filoso y quemaba. ¿Qué debo hacer?, era el único interrogante que se me manifestaba, cuya respuesta no estaba o no quería que esté.

Me conozco, ese era mi terror más grande, mi reacción podía no ser la adecuada pero ya no me importaba nada. Era tanto el dolor que el corazón no piensa, y eso me asustaba. Me acerco al bar en busca de un trago que me tranquilice pero nada era suficiente. En ese mismo instante oigo un grito. Era él, pedía ayuda. Me nombraba entre lamentos. Corrí con fuerza hasta esa escalera sin fin, hasta ese pasillo interminable, hasta esa puerta que en ese momento separaba lo que nadie nunca soportaría ver. Su cuerpo sin vida, sus ojos perdidos en un mundo de arrepentimientos. No, seguía allí, como la última vez que me fuí; quieto y callado.

Me siento en mi cama, lo miro y no podía entenderlo. Me recuesto sin saber que hacer y me duermo profundamente buscando la cura de todo el dolor. Al despertarme todo había cambiado: mi habitación ya no era amplia ni cálida e iluminada, la cama había dejado de ser grande y confortable; todo parecía un sueño.
Y cuando de repente miro que mi ventanal ya no es un cuadro y que fué remplazado por barras verticales, como jaula sin salida.

Me dí cuenta que no era un sueño, si no más bien el principio de mi pesadilla.

8/6/10

La Princesa Desnuda


Claridor era un reino de nobles y damas, de gente muy honrada y muy respetable. Un lugar pequeño y de buen clima, donde la seriedad y la discreción al ser y al estar eran apreciadas tanto o más que el valor. Pero no todos allí eran el súbdito ideal.

Rolia, la mujer que vivía en la casa de la laguna, la que tenía el cocodrilo y las espadas, tenía fama de ser rara. Una bruja, decíanle los más supersticiosos, que por primera vez acertaron.

Una bruja y de las celosas, pero no de las inteligentes. Celosa de la reina, celosa de la vida en el castillo y resentida de la astucia legendaria de otras brujas.
Cuando nació Tilderi, la princesa, Rolia decidió tomar venganza apareciendo más como un hada torpe y traviesa que como una bruja de esas con sombrero y gato y cocodrilo.

-¿Qué quieres?-, preguntó el rey, quien bastante bien la conocía. A quien ella una vez quiso convertir en sapo y sólo le produjo una especie de marca verde en un brazo que le costó mucho tiempo de discusiones con la reina.

-¡He venido a maldecir a tu hija !-.
No dió tiempo a los guardias para atacar, quiso hacerlos caer mágicamente mas sólo los dejó aturdidos, logrando ganar tiempo para irse no sin antes decir con voz amenazadora y una risa malvada el fin de su hechizo.

-De ahora en adelante ella ... -.
Era muy poco creativa para ser alguien que tiene un cocodrilo.
-¡Siempre va a estar desnuda!-.

Parecía algo no tan grave, pero en aquél reino puro y tímido eso era la máxima vergüenza, sobre todo para la hija de los reyes.
Rolia desapareció dejando afligido al rey, quien además de conservador, ya había gastado una fortuna en vestidos de princesa.
-Pobre Tilderi..., será la burla del reino, ¡la humillación de esta familia!-, él se ponía cada vez más tenso y su esposa le hizo una sugerencia que no lucía muy agradable, pero allí estaba.
-Si ella es la única, sufrirá-. Creo que ya sabes qué se debe hacer. El asintió con resignación y un suspiro.

A pocos días de aquello, en Claridor se distribuyeron anuncios en los hogares y en las plazas, al público en general que decían:
“Por Decreto Real se prohíbe usar cualquier tipo de vestimenta. No se tendrá compasión con quien infrinja esta orden ya que es para su propia seguridad y además, al Rey así le parece”. Aquello, por supuesto, era para proteger a Tilderi. Si el mundo conocido por ella era desnudo, no se sentiría como una extraña y nadie estaría viéndola como una perdida o llenando en las cenas sus elegantes bocas con comentarios hirientes a la reputación de la princesa.

Por ser aquél un reino tan sumiso y responsable, apenas se publicó lo anunciado, nadie salía de su casa con ropas. La pasaron muy mal al principio. El pastelero del pueblo no quería ver a sus clientes a los ojos siquiera, la costurera comenzó a aprender a cortar el pelo y las damas de familia trataban de, con sus traslúcidos abanicos, ocultar sus nada bronceados cuerpos.

Sí, un caos. Al principio aquello no fué otra cosa. Un caos silencioso, hecho de vergüenza y culpabilidades. ¿Por qué el Rey nos hace esto?. Nadie quería decir, ni en secreto o a sus amigos, que pensaban que se había vuelto loco y decidieron aceptar el mandato estoicamente.

Tilderi creció y nunca se sintió rara o supo de la ropa. El carpintero no pasaba tanto calor en su taller, el atleta se bronceaba relajado y la gente pobre no era marginada por su apariencia barata o vestidos remendados.
Resulta que al pasar el tiempo no se sentían tan mal. Empezaron a acostumbrarse unos a otros. El gordo, el flaco y el que tenía una cicatriz… Ya eso perdió importancia, continuaron sus vidas con normalidad… A veces recordaban su situación y mantenían sus reservas ante saludos muy efusivos o abrazos a extraños, pero en general se sentían bien. La sensación anárquica de los primeros meses se transformó en una de paz y libertad, nadie se metía con nadie y todos aceptaban a los demás.
Un día, un príncipe viajero llegó hasta Claridor movido por historias de esa gente y de aquella costumbre inusual.

“De verdad, Liuro, te digo que allá nadie usa ropa”, su amigo estaba en lo cierto. Liuro pasaba su mano por su suave capa aterciopelada como considerando su calidad de “objeto útil” mientras se dirigía a Claridor.
Cuando entró al castillo y se presentó, Tilderi, que ya era una joven adulta lo vió extrañada.
Él habló con la familia y les explicó su deseo de conocer el reino. Ellos, muy buenos anfitriones, lo hospedaron en su castillo. Él y Tilderi se hicieron amigos y luego de un mes, cuando él debía irse, le pidió que se fuera con él.

Ella accedió y fué junto a él. Los súbditos de aquél lugar tuvieron que mantener la boca cerrada por respeto a la elección de su joven alteza . Tilderi no tenía ninguna pena en pasearse por el pueblo desnuda (¿Quién iba a meterse con ella?) y con el tiempo los habitantes de su nuevo reino comenzaron a imitarla.
Primero los más osados, el pintor, el zapatero y algunos comerciantes, pero la costumbre se hizo popular cuando la adoptó la compañía de teatro. Cual si fuera el traje mejor diseñado, se puso de moda andar desnudo. La gente iba a las obras y casi no reparaba en la calidad de la actuación.

La costumbre de la princesa nudista se propagó por reinos y ciudades cercanos y en todos lados era igual al principio: pena, dudas, chismes y burlas. Pero luego la gente se ponía feliz, se preocupaban menos y estaban más relajados. Ella nunca supo que estaba maldita, de hecho, pensaba que los raros eran los que andaban con trapos encima todo el día. Sobre todo por esas tierras tan calurosas.

* * * * * * * * * *
(in collaboration with Marisa B.)

3/6/10

Fin De Semana


Este fin de semana me pasó algo muy extraño que nunca había imaginado. Me desperté por la noche, tuve sed y fui a beber agua. Todos estaban durmiendo, salí de mi dormitorio buscando el camino a la cocina para beber. La oscuridad y la tranquilidad dominaban la casa. Buscaba el botón de la luz, al final lo encontré y pude beber. Volví a dormir otra vez. Al día siguiente me levanté muy tarde, a las once, nadie me despertó. Me duché rápido y fui a la cocina para comer algo, allí encontré un poco de agua en el suelo en el lugar donde había bebido, creí que se me había caído un poco cuando fui a beber ayer. Limpié el suelo y comí un bocadillo pequeño.

Aquel día decidí salir sola, no tenía ganas de ir a ningún sitio con mis amigos. Necesitaba estar sola, no sabía la razón. Me puse una camisa leve y una pollera y salí. Decidí coger un taxi para ir de compras. Paré el taxi, y le dije donde quería ir, pero un hombre subió al mismo taxi y quería ir a otra calle cercana. En realidad estaba cerca de donde yo quería ir. Subí y pensé bajar en la misma calle a la que iba el hombre y pasear hasta llegar a la calle de las tiendas y los centros comerciales.

En cuanto el taxi empezó a moverse, vi a un compañero de oficina cruzando la calle, dirigiéndose a mi casa. Creía que sería algo que tiene que ver con el trabajo. Estaba sentándome al lado de la ventana del taxi, veía a la gente y los coches pasaban aquí y allí, miraba el mundo alrededor de mí. El semáforo se puso en rojo y el taxi paró. Hacía mucho calor, era insoportable. La gente en las calles parecía triste. Fué el fin de semana, es decir, la gente debería pasar un tiempo feliz con sus parientes, amigos o quien fuera.

Entonces escuché a dos mujeres en el coche al lado del taxi que estaban hablando de los que vuelven de la muerte. Mi corazón latió fuertemente y me pregunté cómo podía ser. El momento en que el hombre está agonizando nadie puede saber cómo siente ni qué pasa en ese momento. Es algo espiritual, desconocido. Es como el surrealismo, nadie entiende la obra menos el que la crea. Por fin el semáforo se puso en verde y el taxi se movió otra vez. Llegamos al destino y bajamos del taxi. En cuanto el hombre que estaba conmigo pagó al taxista, éste desapareció. Condujo rápidamente y nunca pude pagarle nada. Esto fué lo que me puso nerviosa. Anduve un poco y entré en un centro comercial conocido y pasé por las tiendas de ropa. Buscaba unos pantalones azules, pero no los encontré. Fuí a ver las tiendas de relojes, quería comprar uno a un amigo mío para regalárselo en su cumpleaños. Me gustó uno, era muy elegante y, por supuesto, muy caro. En realidad no llevaba mucho dinero, por eso pensé volver a comprarlo otro día.

Salí del centro y fuí a descansar un poco en un parque, porque me dolían los pies. Eran las tres y media, me senté en un banco en el parque, pensé si de verdad hay otra vida o no y si se puede volver de la muerte.

Eran las cuatro y cuarto cuando decidí volver a casa, crucé la calle y vi la tienda de flores, entonces pensé en Aída, mi amiga. Siempre me decía que le gustaría mucho tener un jardín de flores. Cada dos o tres días lleva un ramo de flores y lo pone sobre el despacho en su oficina. Me fuí sin comprar nada y decidí comprarlo más tarde para que no se secara.

Caminé unos metros para ir a la parada del autobús. Poca gente estaba esperando el autobús que llegó después de un rato. En cuanto subió la gente, se cerraron las puertas del autobús y no pude subirme, pero vi a Aída sentándose en el autobús. Cogí un taxi y le dije que persiguiera el autobús. El taxista condujo rápidamente y paró ante una iglesia y me ordenó entrar, pero lo rechacé y volví la cabeza, entonces el autobús donde ella estaba sentada paró y ella bajó dirigiéndose a la iglesia. Bajé inmediatamente del taxi y saqué el dinero para pagar al taxista, pero él no me hizo caso y se fué.

Entré en la iglesia buscando a Aída y había un funeral. La encontré delante del ataúd y estaba llorando. Fui a preguntarle qué había pasado. Me acerqué a ella y la llamé en voz baja, pero creo que no me oyó. Me adelanté un poco y me sorprendí cuando ví mi cadáver en el ataúd.

En este momento comprendí todo lo que me había pasado aquél día. Encontré el agua en la cocina porque los espíritus no beben ni comen, son transparentes. El agua no encontró el cuerpo donde debía estar, por eso cayó sobre el suelo. El taxista no me oyó cuando le indiqué el destino y no cogió el dinero. Las puertas del autobús se cerraron porque los seres vivos ya habían subido. El único que me respondió y me oyó fue el taxista que me llevó a la iglesia. Fué un ángel que me reveló la realidad. Tuve que subir al cielo después del entierro.

Decidí aprovechar ese tiempo para saber quien, de verdad, me ama y quien me odia, el que era fiel a mí y el que era infiel. Oí a unos compañeros diciendo que era una persona dura, tonta e insoportable. Otros simularon la tristeza por mi muerte. Mi director era el único que sintió melancolía y gran tristeza. Dijo que había perdido una de las mejores asistentes. Aída fué a sentarse al lado de mi madre llorando y confesándole su admiración a mí. En ese momento la besé, pero ella, por supuesto, no lo sintió, sino tuvo frío. Era la frialdad de la muerte. No pude quedar más, por eso fui a casa para despedir cada rincón y cada memoria. Entré en mi dormitorio y yací en la cama hasta que me enterraran.