Hace unos días caminando por el parque del Oeste, para disfrutar de los "sonidos de la naturaleza" y esquivando botellas de cerveza y otras cosas, encontré a una niña de pocos años llorándole a su madre porque no le habia comprado el nuevo videojuego de moda.
Llorando como no he visto llorar en un funeral, por no poder tener un vicio comeneuronas y destroza dedos. Es irónico que miles de niños sepan el nombre de decenas de estos juegos y desconozcan palabras como solidaridad, ayuda o amistad.
Muchos niños acaban por confundir el mundo virtual de los videojuegos con el mundo real.
Pero no es culpa de esa pequeña niña rubia. En esta sociedad, llena de revistas de famosos, de programas telebasura a horas en las que los niños aún ven la tele, de publicidad en carteles y farolas, se conduce a los niños como autómatas al mayor Dios que la tierra haya conocido: el consumismo.
Un escritor dijo: "Nadie puede escaparse si todo es una prisión", y es una gran definición de consumismo: no podemos escapar porque estamos rodeados por él.
¿Acaso somos libres o somos esclavos? El esclavo no pregunta, no opina.
El esclavo obedece, y como mucho repite consignas y cuando pregunta es para clarificar una orden que no ha comprendido y debe ejecutar.
Pero la persona libre, pregunta, duda y expresa su duda, critíca con sabiduría y medida, enseña y corrige, se opone con criterio y admite con humanidad.
El hombre libre es el amo de sus palabras, en tanto que el esclavo lo es de su boca. ¿acaso somos esclavos?
Dejemos nuestras posesiones terrenales; polvo somos y en polvo nos convertiremos, venimos sin nada y sin nada nos iremos.
Huyamos de este mundo prefabricado que nos intentan meter por nuestros sentidos y dejemos a nuestra alma ser libre.