fuegos artificiales

Luego de varias horas de viaje en su viejo coche y escuchando música, Verónica llega a otro pueblo, donde venderá las semillas de soja y girasol a los productores de la zona y las esencias de perfumes de Chanel y Givenchy,  a las guajiras del pueblo...
Un viaje mas. Otra vez en otro hotel.
Esta vez, la habitación es mucho más chica que la vez anterior, y las grandes “están todas ocupadas”.
El ascensor se detiene veinte centímetros por arriba o por debajo de donde debería detenerse.
El botiquín es un espejillo enmarcado en plástico, con un estante que apenas alcanza para el vaso con los cepillos de dientes.
El teléfono fijo color verde colocado sobre la mesilla de noche no tiene "tono"... y su móvil no tiene señal...
En el placard hay tres perchas (una rota). Colgará en ellas la ropa que usa diariamente y la otra quedará en el bolso de viaje...
El colchón se hunde hacia la derecha, mientras que en su casa se hunde hacia la izquierda.
Así, de noche ella no sabe quien es.
El café es de notoria mala calidad, casi semejante a un "jugo de paraguas" caliente...
Las rosquillas de manteca son grasosas. Las magdalenas no tiene sabor a nada.
El encargado es nuevo. Siempre duda y está nervioso atendiendo a los pasajeros del hotel.
Pero a la medianoche, Verónica, por un buen rato, se olvida de estos "detalles".
Desde la ventana de su habitación de la segunda planta, observa con interés y admiración el constante y acrobático vuelo de los ovnis que, rodeados de maravillosos colores, casi como fuegos artificiales, iluminan el cielo sobre la Sierra Azul...