Pablo siempre viajaba en bus. Para él, el metro era para el submundo. Donde se mezclan todas las razas que desean mezclarse, las no puras, las que por sobrevivir siempre, como las ratas tienen que hacerse fuerte mezclándose con la basura y la tierra del suelo.
Así es la gente que se mueve a diario en esos túneles subterráneos -decía con aversión-.
Pero ese día no tenía alternativa y tuvo que descender al submundo...
Descubrió que como lo imaginaba, era casi en penumbras. Que olía mal, desagradable.
Había entrado pocas veces a alguna estación, pero jamás al vagón. Cuando llegó la hora de entrar, llamó a eso el instinto animal. Sintió como toda su elegancia y educación se rebajaba y la sobrevivencia lo volvía un animal más tratando de entrar en la segunda oportunidad a un vagón. No era alguien, era uno más.
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En el asiento de enfrente un hombre que fingía que estaba durmiendo, se puso de pié de repente. Era alto, de pecho hundido, brazos delgados y huesudos que le sobresalían de la camiseta y piernas como palillos que le salían de unos pantalones grises que le iban diez centímetros cortos. Abrió mucho los ojos como si estuviera aterrado y furioso. Alzó una mano señalando a Pablo y agitando los brazos como si apartara telarañas le gritó: -¡tú no me vas a matar!. Pablo, sorprendido, buscaba un lugar donde escapar, pero las demás personas asustadas se lo impedían y lo dejaron solo y acorralado frente al loco. El hombre parecía aumentar de tamaño y ferocidad a cada paso, cuando milagrosamente apareció un hombre de seguridad del metro y un policía que estaban en el otro vagón, quienes con gran esfuerzo lograron reducir al loco. Algún pasajero los había alertado y llegaron presurosos, por suerte para Pablo, quien respiró aliviado, pero sudando profusamente.
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El metro llegaba a la estación. Se acercó a la puerta, pero los pasajeros excitados por la presencia del loco, a quien bajaron los guardias, salían empujándose y la animalidad colectiva fué tan grande que Pablo cayó al piso.
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El metro llegaba a la estación. Se acercó a la puerta, pero los pasajeros excitados por la presencia del loco, a quien bajaron los guardias, salían empujándose y la animalidad colectiva fué tan grande que Pablo cayó al piso.
Una mujer morena, mal vestida y oliendo a perfume barato, le cogió de la mano para ayudarlo a levantarse.
La mujer siguió su camino ante la inexpresividad y silencio como respuesta de Pablo.
No lo soportaba. Una extraña cogiendo su brazo, que sabe Dios que otras cosas cogió esa mano.
Cuando llegase a su casa se daría una buena ducha y se lavaría bien las manos...
Esa noche Pablo se hizo una solemne promesa.
Nunca más viajaría en metro...
Nunca más viajaría en metro...
El metro es otra dimensión.
ResponderEliminarBesos.
normal que no quiera volver a bajar.... yo que cuando voy a madrid cogo el metro tambien me parece una cosa subrreal, impersonal.... no me gusta para nada!
ResponderEliminarSi vieras como va el metro aquí, uffffffffffff. realmente es una experiencia subrrealista viajar en el.
ResponderEliminarYo que viajo todos los días , hasta "tacos" nuevos he aprendido y no me falta mi alfiler, por si alguno se aprovecha de la insalvable cercanía...
¿Oye te he dicho que escribes muy bien?
Besitos en el alam y que tengas un hermoso fin de semana
Scarlet2807
Si puedo evito viajar en metro.Me parece un transporte aburrido. Prefiero ir andando.
ResponderEliminar¿Tomó el último tren a Londres?
ResponderEliminarToro Salvaje*:
ResponderEliminarEl metro es la dimensión desconocida... ;-)
besos
Juana la Loca*:
Te parece irreal porque todo lo subterráneo nos desagrada porque no podemos ver el sol. (hasta que lleguemos a destino y salgamos al exterior) :-)
Scarlet*:
Te entiendo. Hay días que me encanta viajar en el metro de Madrid. Son esos días que quiero estar acompañada, acariciada, estrujada, que me respiren en el cuello, oler distintos perfumes, etc....
;-)
un beso acalorado
Maruxela*:
ResponderEliminar¿Aburrido? Aburrido es caminar sola o con el perro. El metro es entretenido, excitante, salvaje. imprevisto... ;-)
greetings
Carlos Fox*:
Que lindo que es el tren a Londres. Un día de estos me calzo la bikini y lo voy a visitar. Debe ser apasionante. Y los ingleses tan dicharacheros!... ;-)
Pues a mí, que soy tocayo del protagonista de tu historia, me encanta el Metro (el de Madrid, no sé cómo serán otros). Me encanta leer por las mañanas con el silencio de los madrugadores y dormitar por las tardes con el murmullo de los que regresan a casa. Y cuando ni leo ni dormito, me entretengo mirando a mi alrededor. Siempre hay alguien interesante para fabular sobre cómo será su vida.
ResponderEliminarMeteorismo Galáctico*:
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Sigue viajando y gozando del placer que te produce viajar en el Metro de Madrid... ;-)
saludos
El metro, o subte como le decimos acá, es lo más maravilloso. Te lleva de un extremo al otro sin la necesidad de esperar largas colas para subir al colectivo, por ejmplo. El malo olor, la gente amontonada... uno se acostumbra. Además, siempre se encuentras miles de personas y personajes muy interesantes dentro!!
ResponderEliminarBeso grande!